
"No me van a hacer dar una conferencia en una hora, eh.
Miren que yo me tengo que preparar. Yo estudio", dijo Horacio Rodríguez
Larreta, el jueves, al entrar a la cumbre en la Residencia de Olivos. Fue la
primera exigencia. No iba a ser la única, pero él también iba a tener que
ceder. Quizá demasiado. Una decepción para los empresarios y sindicalistas que
en los días previos lo habían llamado para pedirle que resistiera la presión
del kirchnerismo de volver a cerrar en forma casi completa la economía.
Axel Kicillof, que pisó la quinta a las 17.45, aún no había
llegado. El país esperaba una definición para esa noche. Alberto Fernández tomó
la decisión sin pensarlo mucho. "Digan en la prensa que el anuncio no es
ahora, que pasa para mañana", le ordenó el Presidente a su vocero, Juan
Pablo Biondi. A Fernández también le vino bien el aplazo. "Ya sé, ya sé
que mañana...", meditó esa noche entre sus íntimos.
El nuevo gobierno de los Fernández, bajo la lupa de Ignacio
Miri.
Los confidentes presidenciales recibieron la expresión como
un bálsamo: son los que más sufren sus arrebatos cuando responde preguntas
incómodas del periodismo. "El clima no está para que cancheree ni para
dejar libre el espíritu", afirmaba uno de sus amigos. El mensaje sería
moderado, grabado, y sin periodistas a la vista. Nada podía fallar. O casi
nada. Una lástima el sonido.
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Antes de la puesta en escena del viernes, con los tres
mandatarios sentados de espaldas a los jardines y separados -ahora sí- por la
distancia que marca el protocolo, la discusión entre ellos y sus ministros
había sido por momentos tediosa, tensa y trabada en otros y hasta risueña en
varios pasajes. "Tenemos que cerrar todo ya", fue el planteo que
quiso imponer Kicillof de entrada. Lo hizo con una larga y esperable
argumentación. Es su estilo. Algunos de sus pares porteños de a ratos se
irritan porque "siempre está buscando enemigos", pero otros le han
tomado cierto cariño. El gobernador llevaba quince días escribiéndole a Rodríguez
Larreta con ese pedido. Alberto también se ocupó de transmitirle la presión.
Cristina no, porque no habla con el alcalde. Pero Cristina
siempre está y es decisiva. Su poder se bifurca en la Gobernación. Tiene
adeptos incondicionales como Sergio Berni, que desafía seguido la autoridad
presidencial y que venía reclamando con palabras altisonantes un confinamiento
más duro. Otro lenguaraz es Nicolás Kreplak, el viceministro de Salud de
Kicillof. "Si podemos decir cuarentena hasta el 15 de septiembre, yo
compro", declaró.
En Nación y Ciudad su frase cayó como un baldazo de agua
helada. No se entiende bien por qué, más allá de la sensibilidad social: todos
saben que la cuarentena va a seguir después del 17 de julio. "Dijo lo que
todos sabemos, pero hay cosas que no se dicen", acotó un ministro en la
Casa Rosada. De esto también se habló el jueves. Será más flexible el encierro,
en el mejor de los casos, pero se mantendrá. La llegada del pico de contagios
aún es un enigma. Cristina, por ejemplo, les dice a los intendentes que la
cuarentena se extenderá hasta finales de agosto. La vicepresidenta defiende la
intransigencia desde las sombras. Piensa: la economía ya está hundida, lo que
no puede fracasar ahora es la política sanitaria. Eso sería lapidario para el
relato del Frente de Todos. En un año hay elecciones.
"No voy a aflojar si no puedo tomar una decisión basada
en datos. No me pidas que cierre si no lo puedo explicar", era el mensaje
recurrente de Larreta a a Alberto. Puede que hubiera algo de malestar en esa
frase. "Horacio prefiere chocar contra el iceberg y yo soy partidario de
girar apenas el iceberg aparece en el radar", había dejado trascender el
Presidente. Larreta, que lee todo, lo leyó.
Alberto tampoco tiene vacuna para la otra pandemia
Pero los contagios y muertes pegaron un salto con el correr
de los días y la posición del larretismo fue virando, aunque de manera
cautelosa. Fernán Quirós, el ministro de Salud, sigue pensando que la situación
en CABA está controlada y que la explosión de casos se da cruzando la General
Paz. Quirós es un técnico y solo repara en el cálculo logarítmico. Esto explicó
en Olivos: por cada diez casos nuevos en la Ciudad, la cifra trepa a once en
cinco días; en la Provincia, en cambio, salta de 10 a 14 en el mismo período.
El contagio se expande con fuerza en el Conurbano. Nadie se
anima a decirlo en radio porque Larreta les tiene prohibida la confrontación,
pero en la Jefatura de Gobierno porteña creen que sus pares bonaerenses hacen
pocos testeos y que el origen del crecimiento de positivos radica en que
"cuando detectan un contagiado no aíslan a los contactos estrechos o no
hacen un seguimiento serio".
"Nosotros hacemos lo mismo que ustedes", se enojó
Daniel Gollán, el ministro de Salud de Kicillof, en una conversación previa a
la cumbre del jueves. "¿Pero dónde los aíslan?", quiso saber Quirós,
tratando de pasar por ingenuo. "A la mayoría en clubes. Pero es cierto que
a veces hay gente que se resiste y se escapa", concedió el ministro.
El día a día es muy caliente en algunas zonas. Hay vecinos
que cuando los van a testear mienten y dicen que no tienen síntomas. Y otros
que directamente dan positivo y se niegan a abandonar sus casas. El temor a los
robos, o, peor, a la usurpación de las viviendas, es más fuerte que el
coronavirus. Nadie debería sorprenderse: es el paisaje que devuelven
determinados distritos desde hace, por lo menos, más de dos décadas. El Estado
tiene contabilizadas unos 4.000 villas en el territorio argentino. En el área
metropolitana, donde está la mayor exposición a la pandemia, se concentran
1.800 de esos barrios. Esto es: familias que viven hacinadas o sin agua o sin
piso de cemento.
La angustia de los empresarios y comerciantes de barrio
provocó que ese punto, el de qué actividades prohibir y cuáles no, haya sido el
de mayor tensión en las deliberaciones de Olivos. La conversación se empantanó
cuando empezaron a pasar lista, rubro por rubro. Cada mandatario tenía su
propio libreto. A esa altura, en la Ciudad ya habían asumido que era
insostenible, en términos simbólicos, que los runners pudieran seguir en las
calles. Rodríguez Larreta sí se puso firme con el tema de los menores, aunque a
Kicillof le incomode. "En el Conurbano ven por televisión que los porteños
salen y ellos también quieren salir", explican en su Gabinete.
Los funcionarios empezaron a tildar qué rubros podrían abrir
a partir del miércoles. No se ponían de acuerdo. "Este sí, este no, este
podría ser", decían. Hasta que llegaron al número de 24 rubros hubo muchas
idas y vueltas.
-No se va a entender nada. No lo vamos a poder explicar.
Parece que estuviésemos haciendo un Prode- dijo uno de los funcionarios
nacionales. Rodríguez Larreta coincidió.
-Si vamos a restringir, restrinjamos- propuso el jefe de
Gobierno.
A Kicillof, de pronto, se le iluminó la cara.
-Ah, pero estás más duro que yo, Horacio. ¡Parecés Stalin!-
dijo. Y largó una carcajada.
CLARÍN
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