Por Fernando del Rio
Lo primero que vieron los peritos de la Policía Científica
al entrar fue una cama en el living y sobre su almohada una gran mancha de
sangre. El goteo, confundiéndose con las impresiones originales del viejo y
grisáceo mosaico, salía de ahí mismo hacia el pasillo distribuidor, donde dos
piernas asomaban por la abertura de la puerta de una de las habitaciones. En el
trayecto, las paredes acompañaban el andar vacilante, errático, final, de quien
había sangrado. Dentro de la pieza el desastre: aquellas piernas eran las de
una madre de 74 años que cubría con su cuerpo el de su hijo de 45.
Irene Da Rosa de Galano (74) y Crescencio Galano (45)
sumaban entre ambos 32 puñaladas. Tenían en sus manos y brazos heridas causadas
en un intento de defensa o lo que hayan podido hacer una jubilada de 74 años y
un hombre que acababa de salir de terapia intensiva y estaba postrado en una
cama. El reguero de sangre sin dudas pertenecía a la mujer, quien herida de
muerte fue impulsada por su instinto maternal de protección. Ambos cadáveres
estaban boca arriba, con la mujer encima, en una posición que permitió
suponerla derrotada y sin fuerzas suficientes para abrazar a su hijo.
Esa escena vieron los peritos y eso fue con lo que se
encontró Pascual Galano (75) apenas ingresó a la casa de la avenida Edison al
100 el 22 de noviembre de 2009. Entró, gritó, lloró y llamó a su yerno para
decirle que “los dos estaban muertos” y que viniera urgente. Eran las 20.15 de
una noche fresca pero en la que todavía se podía estar sin abrigo cuando arribó
el marido de la hija de los Galano y llamó al 911.
Ambos cadáveres estaban boca arriba, con la mujer encima, en
una posición que permitió suponerla derrotada y sin fuerzas suficientes para
abrazar a su hijo.
El entonces jefe de calle de la comisaría tercera, Silvio
López, fue el primer policía en llegar y en revisar la casa.
-¿Tocó algo? -le preguntó a Pascual Galano.
-No, no toqué nada… -respondió perturbado.
Unos minutos después mientras otros policías de rango
superior y peritos forenses se apersonaban frente a la entrada de Edison 126,
varios curiosos robaban un paso más, y otro, en su afán de conocer algún
detalle. De saber qué había allí ocurrido. Un hombre entonces se acercó hasta
el borde de la ventana en la que estaba Galano sentado y lo contuvo. Era su
yerno. Galano tenía la mirada perdida y al llevarse el pañuelo a la nariz se le
veían los antebrazos arremangados de su camisa a rayas.
Dentro de la vivienda se iniciaba la investigación de un
caso paradigmático y que casi una década más tarde sigue impune.
Un crimen nace con la muerte pero se origina mucho antes. La
mano asesina no es autómata, no goza de la impunidad que otorga la generación
espontánea ni de la ocurrencia pasajera. Es el pasado el que la lleva a
levantarse y siempre, aun en el impulso emocional, sin control, hay algo que la
antecede. Un ladrón que mata, un marido que mata, un vecino que mata, una mujer
que al defenderse mata, una víctima de robo que mata, un transa que mata, un
policía que mata, un adicto que mata, un psicópata que mata. La muerte simula
estar en el presente pero para entenderla hay que mirar hacia atrás. O, al
menos, alrededor.
Ahorros en casa
DESORDEN. En la muñeca izquierda de Irene Da Rosa, sin que
una sola gota de sangre lo salpicara, relucía el reloj. De caja circular negra,
carrura de color plateado al igual que la ajustada malla, el reloj permanecía
allí por el desinterés del asesino. También la cartera de la mujer colgaba
indiferente del respaldo de una silla en la cocina. Perforar 15 veces el pecho
de un hombre postrado y luego -o antes, da igual- hacerlo 17 veces en el de una
jubilada indica un patrón ajeno a las pretensiones de robo, por eso cuando,
además, el fiscal Marcos Pagella vio que el desorden era total en la habitación
de Pascual Galano pudo haber pensado en un montaje.
No hubo robo a juzgar por el hecho confirmado de la falta de
un botín y no hubo robo en la conjetura surgida del sentido común.
A pesar del revuelto panorama en el cuarto del hombre sus
ahorros allí estaban. Intocables. Dentro del placar, detrás de unos cajones, la
suma de 6.300 pesos y en la funda de un saco otros 4.300, además de cheques por
un valor de 6.300 pesos. En el supuesto de que el intento de robo haya sido la
acción original de lo que luego mudó a doble homicidio, los ladrones
extrañamente solo buscaron en la habitación de Pascual Galano y no en otro
sitio de la casa. Tampoco en la alacena de la cocina, donde Irene Da Rosa había
guardado días antes la lata conteniendo algunas joyas que escondía, sin cautela
claro, debajo de su cama.
Los asesinos solo habían escrutado -y muy mal- en la
habitación de Pascual Galano, un sitio al que ya nadie accedía en esa casa.
Crescencio por su dolencia, un cuadro psiquiátrico y cardíaco que lo había
enviado 45 días a terapia intensiva en aquella primavera. E Irene porque ya no
era la mujer de Pascual. Desde hacía casi 10 años solo compartían la casa pero
no se reconocían como pareja. Se comunicaban por notas o por teléfono. Casi que
ni hablaban personalmente. Por eso Irene había elegido para ella la habitación
de la planta alta, aunque en las últimas semanas había echado una cama en el
living para estar más cerca de su convaleciente hijo.
La muerte simula estar en el presente pero para entenderla
hay que mirar hacia atrás. O, al menos, alrededor.
En ese contexto de disolución conyugal, Pascual Galano fue
franco y confesó que tenía una amante. Una mujer mucho más joven con la que se
veía pero que no alcanzaba otro estatus que ese. Como mal no le iba en su
negocio de explotación de una playa en la zona del Torreón del Monje, Pascual
Galano podía mantener a su esposa y a su hijo enfermo, y además solventar los
gastos de su amante, quien era oriunda de Olavarría donde tenía un hijo
pequeño.
La mujer se llamaba Viviana Escobar y habría de
transformarse en una pieza clave en la investigación. Tan así que fue la única
imputada de tener alguna participación en el doble crimen. Hoy, con la causa
sin archivar, lo sigue siendo.
Una hipótesis
EXTRAÑOS CONOCIDOS. La gran duda de los investigadores en
los inicios de las averiguaciones se centró en el móvil del doble crimen.
Prácticamente descartado el robo quisieron saber sobre posibles extraños que
visitaran la casa.
A raíz de la situación de Crescencio (lo llamaban Enzo)
concurrían a la casa una enfermera de forma esporádica y un kinesiólogo. Otra
persona ajena al grupo familiar era Martina, la empleada de limpieza, aunque
nadie podía pensar mal de ella. Llevaba diez años trabajando como doméstica.
Incluso, había sido ella quien dos días antes y tras el pedido de Irene había
cambiado de escondite la lata con joyas.
La última persona era un pintor empleado del balneario al
que Pascual Galano le había pedido que realizara tareas en el garaje de la
casa. Este hombre tenía llave del portón pero no tenía acceso al resto de la
vivienda. Ninguno de ellos era un sospechoso con entidad, fuerte. Ni siquiera
los relacionaba una excusa. Nada, apenas material de descarte probatorio.
"Lo primero que vieron los peritos de la Policía
Científica al entrar fue una cama en el living y sobre su almohada una gran
mancha de sangre"
“Lo primero que vieron los peritos de la Policía Científica
al entrar fue una cama en el living y sobre su almohada una gran mancha de
sangre”
Entonces fue inevitable pensar en Pascual Galano y su
amante. En el caso del hombre hubo un par de circunstancias que lo colocaron en
la mira, pese a que igual lo hubiera estado casi de manera protocolar o
administrativa. No podía no ser investigado, pero menos aun cuando su propio
nieto le vio -unas horas más tardes- unas lastimaduras en el brazo izquierdo.
“Dos esquimosis brazo izquierdo y una más grande un poco distanciada de las
anteriores” o “escoriaciones de reciente data en antebrazo, con posible
mecanismo de producción por uñas” dijeron los informes periciales.
-Me golpeé con una puerta -se excusó.
De inmediato se pidieron estudios de ADN comparativo con el
material residente debajo de las uñas de las víctimas y también con unos pelos
que el puño derecho de Crescencio retuvo en su rigor mortis. Entonces la
ciencia se encontró con un obstáculo imposible de salvar: el linaje paterno,
que impidió distinguir si lo hallado pertenecía a Crescencio o a Pascual.
En las uñas de Irene y Crescencio aparecía ADN de Pascual,
Irene y Crescencio, por compartir los hombres la misma línea paterna o por
contaminación. No se detectó material ajeno al grupo familiar. Lo mismo con el
cabello que Crescencio aferraba en su mano.
No hubo robo a juzgar por el hecho confirmado de la falta de
un botín y no hubo robo en la conjetura surgida del sentido común.
Era cierto que Pascual no quería ya a Irene como su esposa
pero tenía fuertes sentimientos hacia su hijo Crescencio, de manera que muy
pocos podían creerlo capaz de hacerle daño. Además, el día del crimen varios
testigos, salvo uno, habían visto a Galano todo el día en el balneario. Pero,
¿y qué de su amante? ¿Podía ser Viviana Escobar parte de un plan tan macabro?
Pascual Galano había conocido 10 años antes a Viviana
Escobar en Madaho’s, el célebre bar en el que se ofrecían mujeres para
servicios sexuales. En ese momento Escobar tenía apenas 23 años. La relación
entre ambos siempre estuvo definida por el intercambio comercial: Pascual le
daba una ayuda económica y Escobar le devolvía con compañía esporádica pero
sostenida en el tiempo. El le decía “La Fortabat”, por sus orígenes
olavarriense.
Cámaras de seguridad
SIN DEFINICION. Días después del crimen se analizaron las
cámaras de seguridad de la Casa D’Italia, ubicada frente a la vivienda de los
Galano, al otro lado de la avenida Edison. En una imagen se observa caminar a
una mujer con abrigo, cartera y anteojos oscuros. A las 11.30 la mujer se
sienta en los escalones y allí permanece hasta las 12.40, diez minutos después
de que otra mujer se le acercara y le entregara algo. En ese lapso, entre las
11.30 y las 12.40 hay movimientos de un par de camionetas -una de ellas
detenida en la dársena de la casa de los Galano-, de personas que cargan cajas
desde la Casa D’Italia y no mucho más.
Sin embargo, un par de testigos que observaron el video
reconocieron sin grado de certeza que esa mujer, tan abrigada para una mañana
caluroso como la de ese domingo, se parecía a Viviana Escobar.
La secuencia de hechos de aquel día se inició a las 11.20
con la salida de Pascual en su auto hacia el balneario, a las 11.30 con el
arribo de esa mujer abrigada, a las 12.15 con Irene tendiendo ropa en su patio
-fue vista en esa tarea por una vecina de un edificio- y a las 12.40 con la
partida de la mujer abrigada. La autopsia determinó que la muerte de las
víctimas se produjo entre las 11 (por supuesto que se corre este margen más
remoto al menos hasta las 12.15 cuando Irene fue avistada por última vez) y las
17.
Los investigadores tomaron declaraciones, algunas de ellas
importantes, como la del propio Pascual Galano que si bien no identificó a la
mujer del video como su amante sí pudo distinguir que el abrigo era muy
parecido a una campera que él le había regalado. Cuando Pascual Galano le
preguntó a Escobar por esa campera, ella le respondió que la había vendido por
30 pesos.
Los indicios en contra de Escobar impulsaron un pedido del
fiscal Pagella de intervención telefónica que no aportó demasiado y ya con el
cambio de fiscal (asumió Daniel Vicente) el 26 de mayo de 2010 pidió a la
Justicia de Garantías autorización para citar, con fecha del 27 de junio, a
Viviana Escobar a una declaración informativa a Viviana Escobar, por considerar
que había motivos para sospechar que podría haber prestado colaboración al
autor del hecho.
La imagen muestra a la mujer al pasar frente a la cámara de
la Casa D'Italia. Para la Justicia había indicios de que era la amante de
Pascual Galano.
La imagen muestra a la mujer al pasar frente a la cámara de
la Casa D’Italia. Para la Justicia había indicios de que era la amante de
Pascual Galano.
Los policías se fueron hasta Olavarría, al departamento de
la calle Vicente Fidel López al 3200, y notificaron a la mujer, pero no se
presentó. Tampoco lo hizo en las sucesivas audiencias hasta que finalmente el 9
de noviembre se presentó. Acusada prima facie del delito de partícipe
secundaria de un doble homicidio, Escobar se negó a declarar.
No hubo ninguna posibilidad de emitir una orden de detención
con la débil prueba en su contra: una supuesta imagen suya sin confirmar.
La investigación entró en una meseta y tres años después del
crimen, el 23 de noviembre del 2012 se intentaron comparar las imágenes de la
cámara de seguridad con las fotos de Escobar pero los videos no tenían la
definición suficiente. Ese aspecto técnico de escasa resolución, más la manera
en la que estaba vestida la mujer -abrigo y anteojos oscuros- conspiró contra
la esperanza de los investigadores de hallar concordancia con las fotografías
de Escobar.
La fiscalía N°1 volvió a cambiar de fiscal y la causa fue
revisada en febrero de 2016. El nuevo fiscal Fernando Castro entendió que
después de 6 años del doble homicidio la investigación estaba agotada, en
particular porque se había llegado a un callejón sin salida. En los años
anteriores no se había producido nueva prueba y la proyección a futuro era
similar: la ciencia forense trabada en los ADN, sin huellas, sin arma homicida,
sin móvil aparente, sin testigos directos y sin más que unos pocos indicios
contra la única imputada que, por otra parte, lo era de un rol lateral y no de
la autoría del hecho.
Se llamaba Viviana Escobar y habría de transformarse en una
pieza clave en la investigación. Tan así que fue la única imputada de tener
alguna participación en el doble crimen.
El pedido de sobreseimiento de Escobar fue rechazado por la
Justicia de Garantías porque, entre otras cosas, nunca se investigó el entorno,
nunca se investigó a la camioneta que apareció en las cámaras de seguridad
frente a la casa de las víctimas, ni se allanó la vivienda de la imputada en
busca de la campera ni de los “notables anteojos oscuros”.
El fallo que mantiene con vida la causa desde el 2016 dice:
“Por ello, y sin perjuicio del excesivo tiempo transcurrido a la fecha,
considero que aún existen indicios o ciertos indicadores que impedirían
desvincular a la Sra. Viviana Andrea Escobar de la presente investigación”.
En abril de 2016 la fiscalía general resolvió cambiar la
causa de fiscalía y entregársela a María Isabel Sánchez, quien unos meses
después ingresaría en un complejo panorama de trabajo arrastrada por la causa
Lucía Pérez y en 2017 abandonaría esa fiscalía. Apenas un par de informes y
pedidos de análisis de líneas telefónicas se anotan en las fojas finales del
expediente 20024/09.
LA CAPITAL
Pascual Galano hace años que cortó su relación con Viviana
Escobar, de quien solo se sabe que vive en Olavarría y espera de un momento a
otro que la sobresean.
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